Una vez que paré en un semáforo se acercó a mi ventanilla y me pidió dinero un hombre que tenía el brazo deforme, y que lo enseñaba ostensiblemente para dar pena. Como traumatólogo que soy hice el diagnóstico de "pseudoartrosis diafisaria del húmero", y le dije: si quiere le puedo operar y arreglarle ese problema... Pero él se marchó enfadado: de ninguna manera quería perder su fuente principal de ingresos...
Esta temporada se está hablando mucho de la rabia e indignación que produce que algunas personas desalmadas pidan dinero (y se forren) exagerando o inventando sus enfermedades, como el caso de la niña Nadia o el del "hombre de los mil tumores".
En un Estado de Bienestar con sanidad universal y gratuita y servicios asistenciales bien organizados, además de un entramado de bancos de alimentos, albergues nocturnos gratuitos, y otros centros de atención social municipales o religiosos, los casos puntuales de enfermedades y necesidades debería encauzarse debidamente, a través de organizaciones públicas y otras de pacientes que ayudan y orientan, y no a través de los medios de comunicación: eso evitaría abusos como los comentados, y se redistribuirían mucho mejor las ayudas que surgen de las personas altruistas y generosas, para que no recaigan sólo en personas que saben hacer más ruido, o dar más pena, cuando otros muchos están más graves, tienen muchos menos recursos, y lo están pasando mucho peor.
Hace poco el psiquiatra inglés Dr. Theodore Dalrymple publicó el libro "Sentimentalismo Tóxico", en el que denuncia ese problema. Viene a decir que el sentimentalismo, la pena o compasión ante los males de alguien, no es dañino mientras permanece en la esfera de lo personal, pero como motor de una reacción pública o de las medidas políticas que se toman ante un acontecimiento o problema social puede ser perjudicial. Dalrymple nos muestra las consecuencias perversas que tiene abandonar la lógica en favor del culto a los sentimientos. Y entre otras conclusiones afirma que la causa del aumento de la violencia de tantos niños y padres es el exagerado culto al sentimentalismo.
Cuando las intimidades corporales y anímicas se airean a los cuatro vientos para obtener beneficio, conciliar sentimientos y razones no es tarea fácil. Y se llega al absurdo de que acapare más lamentos y ayudas, por ejemplo, que se sacrifique a Excalibur, el perro de la enfermera que tuvo Ébola, que la muerte de miles de muertos por Ébola o por SIDA, o por otras enfermedades infecciosas o no.
(Artículo basado en: "Ya no es necesario ir a Houston", editorial del Diario Médico. El título hace referencia a cuando hace años se difundían campañas solicitando dinero para irse a tratar un cáncer en Houston, donde estaba el centro oncológico más prestigioso).
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