viernes, 25 de noviembre de 2022

Historias de la consulta. Cataluña, 1936: el médico que estuvo a punto de ser asesinado por ir a Misa.


He atendido a una mujer que me ha contado retazos de su vida y de la de su difunto marido, una emotiva historia que quiero compartir.

Su esposo empezó a ejercer la medicina durante la Segunda República, en los años treinta. Y le destinaron como médico a un pueblo de Cataluña. Allí se instalaron y trataron de vivir en paz. Eran una familia religiosa e iban a Misa los domingos y otros días.

Por si alguien no lo sabe, los médicos se pueblo de aquella época hacían de todo: tratar enfermedades de niños y mayores, realizar cirugías, curar heridas y fracturas, hacer informes, atender partos...

Una noche alguien llamó insistentemente a la puerta de su casa. Era el máximo dirigente de un Sindicato o Agrupación Política del Frente Popular del pueblo vecino, que pidió por favor a mi marido que le acompañara a su casa para atender el parto de su mujer, porque el médico de su pueblo no tenía experiencia y el parto se había complicado. El protagonista de esta historia no tenía obligación de hacerlo, pero se desplazó inmediatamente al otro pueblo y sacó adelante a la madre y a su criatura.

Meses mas tarde estalló la guerra. Y pocos días después aquel sindicalista o político de izquierdas del pueblo vecino llegó a nuestra casa (esto me lo contaba la mujer, visiblemente emocionada) y nos dijo que esa noche una patrulla de milicianos iba a venir para matarnos. Mi marido no tenía ninguna ideología política, pero habían decidido asesinarle (no se si también a mi) simplemente porque éramos católicos e íbamos a Misa. Nos pidió que un rato después saliéramos con lo puesto, como para dar un paseo, porque nos estaban vigilando y si nos veía huir con equipaje nos matarían inmediatamente: y él nos esperaría con su coche en un lugar apartado, para llevarnos a la estación de tren más cercana donde podríamos coger un tren para escapar. Así lo hicimos y tras muchas vicisitudes conseguimos llegar a Galicia, donde vivían nuestras familias. Y salvamos la vida.

Meses después mi marido -sigue contando mi paciente- aceptó un puesto de médico en un Hospital de guerra, creo que en el frente del Ebro, donde se dedicó a curar a heridos y enfermos. Pero las condiciones de salubridad en aquel sitio eran muy precarias, y contrajo la tuberculosis. Y aunque regresó a Galicia, falleció uno o dos años después.

Aquí termina la historia. Con mi mayor reconocimiento a ese colega y héroe anónimo, y mi agradecimiento a su viuda por compartir conmigo su experiencia.

Mantengo la esperanza -y el sueño- de que consigamos hacer desaparecer la violencia, la intolerancia, la mentira, el despotismo y sobre todo la guerra. Honor a todas las víctimas de aquel sangriento enfrentamiento civil y fratricida... A todos menos a los que se comportaron como miserables asesinos, que los hubo en los dos bandos.

Control de milicianos a la salida de Barcelona.
Agosto de 1936. Foto de Robert Capa. 


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