Con Samuel, amigo y paciente, promesa del baloncesto en silla de ruedas. |
No es cuestión de ser de derechas o de izquierdas, sino que ese objetivo procede de lo que podemos llamar la espiritualidad humana, de lo que nos hace una especie diferente del resto de los seres vivos que conocemos.
Somos una familia; queremos buscar el orden social, el progreso y la tranquilidad; nos ayudamos unos a otros; queremos que todos sean felices y creemos que todos podemos ser felices: o al menos que todos debemos vivir con la máxima felicidad posible; y que buscar y defender la propia felicidad causando infelicidad en los demás es inaceptable.
Luchamos por la justicia y de alguna manera consideramos una injusticia que unas personas tengan más capacidades que otras. Y aún sabiendo que todos somos diferentes queremos aspirar a la igualdad de oportunidades. Por eso protegemos más a los más débiles, a los más desfavorecidos, a los incapacitados.
Es casi instintivo en la mayoría de las personas dedicar un esfuerzo especial a ayudar más a quienes necesitan más ayuda. Y pienso que esa tendencia de cada persona debe proyectarse al conjunto de la sociedad, y plasmarse en leyes y medidas concretas. Si los niños crecen con esos valores, la sociedad será cada vez mejor.
Es cierto que los recursos son limitados, que habitualmente no se puede hacer todo lo que se desearía por los enfermos y discapacitados (o incluso lo que se podría considerar necesario en algún caso), y que en época de crisis los problemas empeoran para todos.
Nos hemos acostumbrado a vivir muy cómodamente, y debemos hacer un esfuerzo extra para suplir la carencia de medios materiales sin desesperación; y quizá también con un poco más de resignación. Pero es función de los políticos que gobiernan gestionar bien los recursos y priorizar las inversiones, teniendo una visión global de la sociedad, al menos de los ámbitos para los que son competentes.
Muchos tenemos el convencimiento de que los actuales gobernantes no gestionan bien la producción de bienes (no consiguen facilitar la creación de empresas ni de puestos de trabajo, ni reactivar la economía...) ni el reparto de cargas fiscales (permiten el fraude y el parasitismo de algunos aprovechados, se ceban en los autónomos y asalariados...) ni son eficientes (excesivos políticos y burocracia, duplicidades autonómicas, corrupción...); y para colmo, del dinero que tienen, no dedican suficiente a las partidas de discapacitados y dependientes.
En UPyD defendemos una reforma del Estado y de las estructuras políticas que ahorraría muchos millones de euros, lo que servirían para evitar el deterioro de la educación pública, de la sanidad y de los servicios sociales. También buscamos una gestión más eficiente y despolitizada, más abierta a la participación de todos los estamentos implicados: más democrática.
Y quizá si aplicamos la idea de la democracia podamos atender a los discapacitados de una manara más justa y mejor. Dice el refrán que cada uno arrima el ascua a su sardina. Una persona afectada personal o familiarmente por el grave problema de la discapacidad y la dependencia querría que se dedicara mucho más dinero público a este asunto. Y una persona obsesionada por el calentamiento de la tierra querría dedicar más a medio ambiente; y otra asustada por la inseguridad querría que el Estado gastara más en defensa y policía; y un fumador querría el tabaco más barato... Como dice la bisabuela de mis hijas: cada loco con su tema. Todos solemos pensar que nuestro problema es el más grave, porque nos afecta a nosotros.
Pero un político bueno, algo que necesitamos y echamos de menos, tomaría las decisiones (en esta caso las partidas de presupuesto destinadas a cada fin) sin favoritismos, buscando el equilibrio para cubrir todas las necesidades de todos los ciudadanos de una manera justa, basándose en una información global y objetiva, y en criterios de equidad: darle a cada uno lo justo, lo que le corresponde según sus peculiares circunstancias y según los medios que toda la sociedad puede conseguir, cuidando a las minorías, y sin caer en el electoralismo ni en el populismo
Los que gobiernan tienen que tomar decisiones importantes, aplicando sus criterios para decidir cuáles son las prioridades. Pero ¿consiguen ser objetivos? Sin duda serían más objetivos, y por lo tanto más justos, si escucharan y atendieran las peticiones y sugerencias de los demás, de particulares, de partidos de la oposición, de colectivos afectados... Una actitud despótica y autoritaria, como la que tienen muchos gobiernos cuando se creen con derecho a hacer lo que quieran sin dar explicaciones por tener mayoría absoluta en un parlamento, no es el buen camino. Ni puede ser aceptable por la sociedad. Mientras que una actitud democrática, haciendo participar a todos no sólo el día de las elecciones (donde no se votan los presupuestos) sería mucho mejor para todos.
Y en cualquier caso deben explicar con sinceridad y transparencia (para eso hay que tener la conciencia limpia) a los ciudadanos los motivos de las decisiones tomadas, y rectificar cuando vean que se han equivocado o que el camino que emprendieron no consigue mejorar la situación (y aquí todos pensamos en la reforma laboral de Rajoy y en el aumento del paro).
Es muy fácil criticar y pedir al gobierno más ayudas; pero si estuviéramos en el poder ¿las pediríamos igual? ¿escucharíamos a los afectados por otros recortes? ¿rectificaríamos? ¿daríamos explicaciones? ¿aceptaríamos que nuestras prioridades no tienen por que ser las más justas? ¿aceparíamos tomar las decisiones por consenso, democráticamente?
Habría que hacer un test a los políticos, antes de declararles elegibles, para saber si son capaces de escuchar, de razonar y de rectificar: si realmente tienen mentalidad democrática.
La regeneración de la democracia y la educación pueden ofrecernos un futuro mejor.
Si no, unos seguirán causando injusticias y los otros sufriendo sufrimientos evitables.
Desde hace 20 años la ONU conmemora el 3 de diciembre como Día Internacional de las Personas con Discapacidad, buscando que los gobiernos, las organizaciones y la sociedad presten una atención especial a la situación de estas personas y a los beneficios que genera su inclusión en la vida política, social, económica y cultural de los países.
Va por ellos, por sus familias y cuidadores. Por todos: porque todos somos sus cuidadores.
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