miércoles, 29 de octubre de 2025

La mentira sobre el Tratado de no agresión entre Marruecos y EUA.

(Este artículo es continuación del anterior: Las mentiras de Marruecos que han llevado a Trump a reconocer la soberanía marroquí sobre el Sahara Occidental: VER)

El aparato de propaganda del gobierno marroquí se inventó que un Tratado de Paz firmado entre Marruecos y EUA en 1787 demostraba que Marruecos había sido el aliado más antiguo de los norteamericanos. Eso es mentira.

En 1784 unos piratas corsarios al servicio del Sultán de Marruecos se apoderaron en el Atlántico de un barco mercante estadounidense, el Betsey. Los entonces embajadores americanos en Europa, Jefferson y Adams, encargaron a Thomas Barclay -un comerciante de Filadelfia que había sido nombrado Cónsul en Francia- que viajara a Marruecos para tratar de poner fin a esos ataques.

Los corsarios marroquíes no respetaron a los barcos estadounidenses,
como ocurrió con el Betsey en 1784,

Thomas Barclay viajó, pasando por España, hasta Rabat; y allí negoció un Tratado de respeto mutuo y de libre comercio entre ambas naciones. El Tratado de paz y amistad (como se llamaban entonces todos los tratados entre naciones) se redactó en Marruecos en junio de 1786 y se ratificó en Estados Unidos el 18 de julio de 1787. Pero aquel no era un tratado de especial amistad entre ambas naciones, sino una aplicación de las mismas normas relacionales que ya regían entre Marruecos y las otras potencias europeas -como España-, destinadas a evitar enfrentamientos armados y a fomentar el comercio. De hecho, EUA no llegó a tener ni siquiera un cónsul en Marruecos, ni tampoco ningún diplomático marroquí se trasladó a Norteamérica.

El sultán Mohammed III falleció en Rabat en 1790. Le sucedió su hijo Al Yazid, que rompió los compromisos de paz que había firmado su padre con las potencias europeas -salvo con Inglaterra- expulsando a sus comerciantes. Ese mismo año, con la ayuda de Inglaterra, Marruecos puso sitio a Ceuta, por tierra y por mar: pero tras un año de asedio los atacantes se retiraron.

El 31 de marzo de 1791 el presidente de los Estados Unidos George Washington envió una carta al Sultán de Marruecos. El tono del documento era de desconfianza y preocupación, a la vista de los conflictos internos que se estaban produciendo en aquel reino, que hacían temer un aumento de los ataques corsarios. En la carta le pedía al Sultán que mantuviera las buenas relaciones y las condiciones del Tratado que habían firmado ambas naciones en 1786.

El Sultán Al Yazid murió en febrero de 1792; y a su muerte sus cuatro hermanos comenzaron una guerra entre ellos para conseguir ocupar el trono. La guerra civil duró cinco años, y cuando terminó se consolidó en el trono de Marruecos Muley Slimane o Solimán.

El 24 de diciembre de 1794 dos periódicos americanos, The Philadelphia Gazette y Universal Daily Advertiser informaron que Solimán había dado orden a sus corsarios para que atacaran barcos estadounidenses... Y esos medios añadían que el presidente Washington estaba tomando medidas para reforzar la defensa de sus naves. Una semana más tarde George Washington despachó una segunda carta al Rey de Marruecos exigiendo respeto al Tratado de Amistad y Comercio que había firmado su padre en 1786. No se tiene noticia de que el Sultán de Marruecos respondiera a esa carta.

Durante todos esos años los nuevos Estados Unidos de América se centraron en la colonización del Oeste de su territorio; y aunque sus barcos cruzaron el Atlántico norte con frecuencia, apenas navegaron hacia el Mediterráneo ni hacia África: por ese motivo los piratas y corsarios marroquíes no tuvieron muchas oportunidades de molestarlos.

Durante el reinado de Solimán, que duró hasta 1822, se produjeron en Marruecos continuas guerras étnicas y religiosas entre seguidores de diversas creencias islamistas, y se cerraron las fronteras a los países no musulmanes, cortando toda relación con ellos.

El siguiente sultán fue Mulay Abderramán, que reinó desde 1822 hasta 1859, quien también fomentó la piratería contra todo barco que se moviera por delante de sus costas. Por ese motivo, varias potencias europeas declararon guerras y vencieron a Marruecos. La Guerra Franco Marroquí tuvo lugar en 1844; y la Hispano Marroquí se libró en 1859 y 1860. Los británicos y los austriacos también tuvieron conflictos bélicos con Marruecos, y bombardearon sus puertos que eran bases de sus corsarios.

En definitiva, las relaciones de Marruecos con Estados Unidos en los siglos XVIII y XIX apenas existieron, o no fueron especialmente amistosas en absoluto. E incluso fueron conflictivas, por las alianzas que Marruecos mantuvo con Gran Bretaña -la gran enemiga de los independentistas americanos-, y por episodios como el ataque corsario al barco americano Betsey en 1784

Pero, asombrosamente, Marruecos ha conseguido engañar a los dirigentes americanos contándoles falsas historias para conseguir un trato de favor. Un trato que en este caso se convierte en grave injusticia al perjudicar a terceros, en concreto al pueblo saharaui. que tiene derecho a ser libre y a conseguir su independencia.
Porque, además, los sultanes de Marruecos nunca tuvieron dominio sobre el territorio del Sáhara Occidental, como se han inventado los defensores de la dictadura marroquí falsificando mapas y documentos. El Sáhara era un territorio salvaje habitado por algunos bereberes y beduinos que vivían con autonomía total; y las dos primeras poblaciones estables o ciudades del Sáhara fueron fundadas por España: Villa Cisneros (actual Dakla) en 1884, y El Aaiún en 1934: y no había ninguna otra anterior.


 

martes, 28 de octubre de 2025

La mentira de Marruecos por la que Trump les entrega el Sahara Occidental

Donald Trump, presidente de EUA, ha afirmado varias veces que su país debe reconocer la soberanía de Marruecos sobre el Sáhara Occidental porque el año 1777 el sultán marroquí Mohamed III fue el primer monarca en reconocer a los Estados Unidos como nación independiente. Pero eso es mentira.

La revuelta de las Trece Colonias contra el rey Jorge III de Inglaterra comenzó en 1773. Francia y España apoyaron a los norteamericanos desde el principio, y muchos franceses y españoles dieron su vida luchando por la independencia de EUA: y sin su ayuda George Washington no hubiera ganado aquella guerra. Y ningún marroquí luchó ni ayudó en esa contienda.

EUA declaró su independencia el 4 de julio de 1776. Francia, España y Holanda la reconocieron desde el primer momento. Pero Inglaterra no reconoció esa independencia hasta 1783. Y es imposible que Marruecos la reconociera en 1777, como vamos a ver.

Mohamed III fue sultán de Marruecos desde 1757. Su política exterior fue de desprecio a las demás naciones, y sus barcos corsarios se dedicaron a atacar a los mercantes que transitaban por sus costas. Vencieron a la flota francesa en Larache en 1767, y expulsaron a los portugueses de Mazagán en 1769. A continuación Mohamed III exigió al rey Carlos III de España que abandonara sus posesiones africanas (Melilla y Ceuta) afirmando que estaban en territorio propiedad de Mahoma. Lógicamente el rey de España rechazó sus amenazas, contestando que esas posesiones eran españolas y cristianas antes de que Marruecos existiera, y que estaban en territorios que habían formado parte de la Hispania Romana Tingitana y de la España Visigoda.

Mohamed III declaró la guerra a España en 1774. Pero previamente firmó una alianza con el rey Jorge III de Inglaterra, comprometiéndose a que sus corsarios no atacarían a los barcos ingleses a cambio de recibir ayuda militar. A Gran Bretaña le interesaba perjudicar a España, por lo que se alió con el sultán.

Estalló la guerra. Los marroquíes y los ingleses asediaron Melilla entre 1774 y 1775. El rey Carlos III puso todo su empeño en la defensa de esa plaza española. Y si la pudo conservar fue gracias a que en ese momento se recrudeció la guerra de las Trece Colonias, y el grueso de la armada inglesa tuvo que desplazarse a Norteamérica.

Marruecos mantuvo su alianza con Inglaterra y continuó su guerra contra España cinco años más. Pero al no conseguir vencer a los españoles, el sultán decidió solicitar la paz a Carlos III. El 30 de mayo de 1780 se firmó un Tratado entre ambos reinos en la Corte de Aranjuez (Madrid) por el que se restableció la concordia y el libre comercio entre España y Marruecos. España seguía en guerra contra Inglaterra, por lo que en ese tratado Marruecos fue obligado a romper todas sus relaciones con el Reino Unido; y el sultán Mohamed III ordenó salir de Tánger y de Tetuán a todos los buques ingleses que se abastecían allí, y prohibió a los británicos todo comercio en sus puertos: y así consta en el texto de ese Tratado de Aranjuez de 1780. La guerra de España contra Inglaterra se prolongó hasta 1783, y en esos años Carlos III recuperó la isla de Menorca.

Es imposible por tanto que en 1777 el sultán Mohamed III pudiera reconocer la independencia de los Estados Unidos de América 
(dicen los inventores del bulo que por medio de una carta), porque en 1777 Marruecos era aliado de Inglaterra, y lo fue hasta 1780; y el rey Inglés Jorge III no hubiera permitido a ningún país aliado que ofreciera su apoyo o reconocimiento a los colonos rebeldes americanos que luchaban contra los ingleses.

Final del texto del Tratado de Aranjuez, 1780 

PD. El aparato de propaganda del gobierno marroquí también se ha inventado que un tratado de no agresión y comercio firmado entre Marruecos y EUA en 1787 demuestra que Marruecos fue el aliado más antiguo de los norteamericanos. Eso es otra burda mentira fácil de desmontar, como podemos VER.

martes, 18 de marzo de 2025

En defensa de la sanidad pública... y privada.

Entendemos como «sanidad» el conjunto de servicios que preservan la salud de los habitantes de una comunidad. Estoy seguro de que todos los gallegos, cualquiera que sea el partido al que votemos, consideramos que es muy importante tener una buena sanidad: y para conseguirlo tenemos que defender toda la sanidad, tanto la pública como la privada. No conozco a nadie en su sano juicio que esté en contra de la sanidad pública, pero son muchos los que criminalizan a la privada: eso me lleva a escribir este artículo, aprovechando mi experiencia de 41 años trabajando como médico en Galicia atendiendo a pacientes del Sergas y de otros muchos Seguros.

La sanidad privada ayuda de manera muy importante a mejorar el funcionamiento de la sanidad pública. Si se cerraran los hospitales privados se dispararían los gastos médicos de la pública, aumentarían las listas de espera para pruebas y para operaciones, y las consultas estarían más saturadas. Se puede estimar que si ahora un médico de la pública consulta 25 o 30 pacientes al día, si no existiera la privada, pasaría a consultar 40: porque doce millones de españoles -y un número proporcional de gallegos- tienen contratado un seguro médico privado.


Las personas que contratan esos seguros siguen pagando la sanidad pública con sus impuestos; y, además, al no usar los centros de salud públicos los descargan de trabajo, y por lo tanto mejoran y agilizan la asistencia a los demás usuarios y acortan las esperas, haciendo que la Xunta ahorre muchos millones en gastos sanitarios, dinero que pueden dedicar a mejorar la propia sanidad. Por ese motivo pienso que sería de justicia que los responsables políticos de cualquier ideología -y todos los ciudadanos- agradecieran a los que pagan con su dinero un seguro privado, por el beneficio que proporcionan a la sanidad pública y a todos sus usuarios.

Ojalá la sanidad pública funcionara rápido y bien, porque entonces mucha menos gente se tendría que hacer un seguro privado o ir a médicos privados, a veces con un gran sacrificio personal (y soy testigo de ello). Es evidente que nadie que pueda permitírselo espera seis meses o un año para hacerse una Resonancia Magnética, para que le vea un Especialista de la pública, o para operarse, como ocurre habitualmente en Galicia y en el resto de España. Digan lo que digan, eso no es buena medicina y no debería ser aceptable. Me vienen a la cabeza noticias sobre políticos de izquierdas que critican la sanidad privada pero que cuando han estado enfermos han acudido a hospitales privados.

Además hay que considerar que en los hospitales privados se atiende a cientos de miles de personas que sufren accidentes de tráfico, accidentes laborales, lesiones sufridas en la práctica del deporte federado, accidentados en centros de enseñanza (también colegios públicos), lesionados en actividades organizadas por instituciones públicas o privadas que tiene que contratar seguros de accidente para poder desarrollar sus eventos… Y también se atiende a turistas y a extranjeros que no tienen cobertura en la sanidad pública.

En los Centros Médicos Privados atendemos también a pacientes de la sanidad pública, cuando el Sergas -en el caso de Galicia- no alcanza a atenderlos bien, o para reducir las listas de espera. Y aunque los políticos lo quieren ocultar, el coste de la atención por paciente para el mismo proceso médico es mucho más caro en los hospitales públicos que en los privados. Es más, el Sergas se aprovecha de su autoridad y envía a muchos pacientes a los hospitales privados y les fuerza a operarlos pagando mucho menos (cerca del 50%) de lo que le cuesta al Sergas en sus hospitales atender esos procesos, y en ocasiones hace perder dinero a esos hospitales. Por eso no debe extrañarnos el problema de Muface, porque las compañías privadas no pueden seguir trabajando para el Estado perdiendo dinero.

La llamada sanidad concertada supone una gran ventaja para la Administración Pública. Tenemos el ejemplo del Centro Médico Povisa de Vigo (donde trabajé 28 años), que atiende desde hace mucho tiempo como hospital concertado a unas 120.000 personas del área de Vigo con una calidad equiparable a la que se dispensa en los Hospitales del Sergas: y la Xunta gasta por asegurado mucho menos en Povisa que lo que gasta en los Hospitales públicos: casi la mitad (aunque ocultan los datos, por vergüenza). Y es interesante recordar que ese concierto singular con Povisa se mantuvo y se renovó en los años del gobierno bipartito PSdG-BNG (2005-09), porque a la Xunta siempre le ha compensado económicamente.

Si la sanidad pública está mal -y lo está- es sobre todo por culpa de malas decisiones políticas de los gobiernos central y autonómicos. Uno de los problemas que no resuelven es el déficit de médicos y de enfermeras, y es vergonzoso que en Galicia sólo tengamos una facultad de Medicina cuando en España hay 46: hace muchos años se tenían que haber tomado medidas, pero nadie hizo nada. Aparte, los médicos españoles son de los que cobran salarios más bajos de toda Europa, y muchos médicos, enfermeras y personal sanitario sufren condiciones laborales precarias. Un estudio en Inglaterra demostró que la calidad de los Centros Sanitarios era mucho peor cuanta más precariedad laboral había entre su personal.

Si queremos mejorar la sanidad pública no es buena idea atacar a la sanidad privada y subir los impuestos a los que la pagan. Sí que debemos exigir a nuestros políticos en cambio que inviertan más en sanidad, en servicios sociales y en crear riqueza (ayudando a los autónomos y a las empresas privadas españolas), y que dejen de despilfarrar en tantos gastos superfluos que se han puesto de moda: medios y publicidad engañosa, subvenciones a cambio de votos, instituciones y chiringuitos inútiles, regalos a los amnistiados… Y además nuestros gobernantes deben poner a los mejores gestores al frente de cada centro de salud y departamento del Sergas, y no regalar cargos públicos a sus amigos o esposas o hermanos… (esto va por Sánchez, por si me lee). Y eso se debe aplicar en toda la Administración del Estado.

La Xunta tiene que cuidar mucho más al llamado “capital humano”: los profesionales sanitarios a todos los niveles. Y dar cuenta con transparencia de todo lo que gestionan, realizando auditorías externas y dejando de mentir y de maquillar los datos sobre las esperas y sobre la asistencia sanitaria. Si algún partido político se compromete ante notario a ser transparente, a hacer esas auditorías, a nombrar a los mejores gestores y a aumentar el personal sanitario y sus salarios, me plantearé votarlo. Aunque ya sabemos que la mayoría de los políticos prometen y luego cambian de opinión.

Otro problema importante es que los facultativos y profesionales que más se esfuerzan no son bien pagados ni valorados. Todos conocemos médicos de cabecera buenos que están saturados, y otros malos que no tienen casi pacientes en sus consultas: pero todos ganan prácticamente lo mismo por ser funcionarios, y eso desmotiva a los primeros… Y algo parecido pasa entre los especialistas y otros sanitarios. Hay que corregir urgentemente esa deriva para frenar la fuga de profesionales sanitarios al extranjero y las bajas entre los mejores profesionales de la sanidad pública, y se debe imponer un sistema de incentivos para que el que más y mejor trabaja gane más y tenga más ventajas. Y hay que hacer algo con los malos profesionales, que haberlos hailos: pero quizá es que son amigos de los gestores o de algunos sindicalistas, y nadie se atreve a hacer nada con ellos…

Por cierto, es falso eso que dicen algunos: que médicos de la pública derivan pacientes a centros privados: si alguien conoce algún caso está obligado a denunciarlo, pues es un delito. También es una falsedad y una maldad lo que afirman algunos defensores de la sanidad pública que dicen que alguien, una mano negra, está deteriorando la sanidad pública intencionadamente, para así favorecer a la sanidad privada. Esas afirmaciones absurdas desacreditan a esas personas.

Volviendo a la valoración peyorativa que algunos hacen de todo lo privado, lo razonable es que a un ciudadano enfermo lo que más le interese es que le atiendan pronto y bien, con calidad; y que no le importe si la asistencia se la dan en un centro privado o público si ambos centros le ofrecen prestaciones equiparables. Y se puede demostrar que, con el debido control, las empresas privadas pueden dar asistencia pública con mejores resultados y menos gasto. Prueba de ello es que muchos municipios -de todos los colores políticos- mantienen la externalización de servicios públicos esenciales, como la gestión del agua, limpieza y jardines, transportes públicos urbanos, etc. Y aunque se alzan voces ideologizadas y partidistas diciendo que los funcionarios lo harían mejor, eso no es cierto y nadie ha conseguido revertir esa tendencia, que aprovecha las ventajas para lo público de la gestión privada y consigue reducir el escandaloso absentismo y la falta de productividad de muchos funcionarios (con honrosas excepciones) también de la sanidad pública: un cáncer de nuestra sociedad que lo sufrimos y lo pagamos entre todos.

Una última reflexión. Debemos aspirar a tener una buena sanidad pública que trate de manera equitativa a todos los españoles, sin desigualdades, acabando con la discriminación que supone que unas CCAA tengan mejores servicios sanitarios y prestaciones sociales que otras (especialmente Euskadi y Cataluña, favorecidas por el Gobierno central): y para conseguir eso todos los españoles que defendemos la igualdad tendríamos que exigir la devolución de la competencia de Sanidad al Estado, aunque manteniendo la descentralización de la gestión. También queremos una sanidad más justa para todos los gallegos: y eso supone acabar con el centralismo de la Xunta, que dedica muchos más medios materiales y humanos a Santiago y a La Coruña (y se puede demostrar con datos) en perjuicio de las otras tres provincias gallegas. La Xunta debe invertir más en sanidad, y gestionarla mejor. Algunos políticos nos quieren hacer creer que la sanidad privada de Galicia impide o prohíbe a nuestro gobierno autonómico aumentar los presupuestos para el Sergas, demostrando su obsesión enfermiza contra la sanidad privada. Creo sinceramente que los gallegos tenemos que luchar por un sistema sanitario de mejor calidad, en el que convivan y se complementen la sanidad pública y la privada.