miércoles, 25 de noviembre de 2015

La parábola del hermano independentista. (Yo también, como todo español, soy "dueño" de Cataluña).

   Eran 17 hermanos que vivían juntos en una gran casa compuesta por 17 habitaciones. Cada uno de los hermanos podía estar en cualquier parte de la casa sintiéndose dueño de ella, porque era propiedad de todos y de cada uno: así la habían heredado de sus padres; y además, por si alguno de ellos lo olvidaba, así lo habían ratificado en un documento aprobado por todos.
   Pero un buen día un hermano dijo que quería separar del resto de la casa la parte que habitualmente ocupaba: tapiar las puertas y hacer una salida independiente al exterior… Dijo a los demás que él ya no sentía que el resto de la casa fuera suya, y que no quería que la parte en que vivía siguiera siendo también de los otros. Compró ladrillos y cemento para empezar las obras de separación, y puso un cartel anunciando lo que iba a hacer…
   Los otros 16 hermanos le dijeron: “Nos apena mucho que tengas esos sentimientos, y esperamos que los cambies; pero, en cualquier caso, nosotros también tenemos nuestros derechos: y esta casa es de todos nosotros desde que nacimos, sentimos cada parte de ella como nuestra, y tú no vas a cambiar esa realidad. Por tanto, desecha esa idea, y no se te ocurra poner un solo ladrillo...
   Estuvieron a punto de llegar a las manos, y el hermano “separatista” tuvo que ceder a regañadientes... Cuando se calmaron, discutieron con tranquilidad y convocaron una reunión solemne, en la que todos, los 17, decidirían si accedían a dividir la casa.
   Votaron a favor el hermano que lo pretendía, y uno o dos hermanos más que le apoyaron (y que incluso pensaban hacer lo mismo). Pero se impuso la amplia mayoría de hermanos que no querían perder su herencia común, que alegaron motivos legales y sentimentales: consideraban que fragmentar la casa era malo para todos, y que además suponía la pérdida ("el robo", llegaron a decir) de algo muy suyo y muy querido por cada uno de ellos.
   El final de esta parábola acaba bien. Porque a raíz de aquella crisis todos empezaron a cambiar de actitud: y fueron arreglando los malos entendidos y problemas que la habían ocasionado. Y aprendieron a vivir fraternalmente, cada uno en su parte de la casa común que habían heredado de sus padres. Y con el esfuerzo de todos, se convirtieron en una familia ejemplar y más próspera que antes.


Artículo publicado en Faro de Vigo: VER



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