lunes, 7 de marzo de 2011

Por qué me metí en política (II): Aristóteles y los idiotas.

Hay momentos en la vida en que se toca fondo: uno baja y baja...  y de repente se nota el suelo firme bajo los pies, se coge impulso, y se sube a toda velocidad: ¡necesitamos respirar! Pienso que algo bueno que tiene que traer esta crisis, que no sólo es económica sino también moral y política, y es que muchos ciudadanos van a decir: hasta aquí hemos llegado !!
Harto, decepcionado, triste y preocupado por el panorama de la vida política, me decidí a dejar de ser un espectador pasivo de la vida política. Y aquí estoy.
Me ayudó a dar el paso un conocido filósofo griego de hace 25 siglos: Aristóteles. Dice ese sabio que hay dos virtudes supremas: la ética y la política. La ética nos hace ser buenos, actuar correctamente, respetar a los demás y a las leyes... La otra gran virtud, la política, se encarga de que la sociedad sea buena, regule las leyes correctamente para lograr el bien común y garantizar el orden... Aristóteles explica que aunque una persona se preocupe por  vivir con ética, si la sociedad en la que vive no funciona bien porque no se cuida la virtud de la política, esa persona será feliz, o al menos no tendrá la seguridad de que vayan a ser feliz él y sus hijos: porque si el gobierno de esa socidad es injusto, podrá aplicar medidas injustas contra él y contra su familia que les harán infelices. Aristóteles concluye que de esas dos virtudes la más importante es la política, pues es la única que puede contribuir a que que todos los individuos de la sociedad sean felices. Y el Filósofo critica a quienes se encierran en su micromundo, incluso pretendiendo ser éticos, pero no dedican parte importante de sus energías a contribuir al buen gobierno de la “polis”, de la sociedad en la que se vive.
Hace poco el filósofo y escritor Fernando Savater, uno de los promotores de UPyD, nos contaba en una conferencia que dió en Vigo que los griegos tenían una palabra para designar a los ciudadanos que pasaban de la política y no participaban en el gobierno de la ciudad: idiotas. En este adjetivo encontramos la raíz διος (leída ídios), que en griego era lo privado, lo particular, lo personal. Con esta misma raíz tenemos otros sustantivos como “idiosincrasia” (distintivos propios de un individuo o de una colectividad”) e incluso “idioma” (lengua propia de un pueblo o nación).
Por tanto, en principio, el idiota era simplemente aquél que se preocupaba sólo de sí mismo, de sus intereses privados y particulares, sin prestar atención a los asuntos públicos y/o políticos. Pronto esta palabra se convirtió en un insulto, ya que en la antigüedad grecorromana la vida pública era de gran importancia para los hombres libres. Ser un idiota (como persona preocupada sólo de lo suyo) se convirtió en ser un idiota con la acepción actual, ya que en la democracia era considerado deshonroso no participar de ella.
Te saludo, ¡oh lector!, tanto si eres idiota como si no. (Espero que no lo seas o dejes de serlo muy pronto: nos va mucho en ello).

1 comentario: