Este verano, en un acto del Papa Francisco I en Bolivia, el presidente Evo Morales se quejó de los colonialismos: “en 1492 sufrimos una invasión europea y española”. Y el argentino Jorge Mario Bergoglio le contestó soltando la siguiente joya: “Pido humildemente perdón, no sólo por las ofensas de la propia Iglesia, sino por los crímenes contra los pueblos originarios durante la llamada conquista de América”.
Considero fuera de lugar que el Papa pida perdón por lo ocurrido hace 500 años, unos hechos a los que la opinión pública (que es la que crean los medios de comunicación) aplica una interpretación sesgada y anacrónica, injusta y llena de falsedades. Está fomentando el victimismo de millones de personas que, al estilo de los nacionalistas de algunas comunidades españolas, siguen resentidos y echando la culpa de todos sus problemas a lo que hicieron algunos españoles hace siglos.
Muchos ciudadanos hispanoamericanos se creen las consignas de sus incultos o maquiavélicos líderes: “somos pobres porque los españoles se llevaron nuestro oro”… y lo afirman incluso en países que nunca tuvieron oro. Es como si nosotros guardáramos rencor a los italianos y echáramos la culpa de nuestra crisis a que los romanos se llevaron el oro de las Médulas en León. A nadie se le ocurre echarle la culpa de sus propios problemas a sus abuelos o a sus bisabuelos; y los países sudamericanos ya llevan mucho tiempo siendo independientes de España: la pereza en un pecado, y también la pereza mental.
Si “alguien” hizo algo mal el siglo XVI o después, que ese “alguien” pida perdón. Una vez muerto, ya no puede hacerlo. Y sus descendientes no heredan la culpa. Además, cualquier español puede responder a algunas críticas diciendo: “a mí no me critique usted por lo que hicieron mis antepasados, que mis antepasados se quedaron en España: en todo caso los que hicieron algo mal son sus antepasados, los que fueron a América y se casaron con indígenas...”. Es falso que los españoles esclavizaran a los habitantes de América: los hicieron españoles, y fomentaron la mezcla de razas. Debe recordarse que los Reyes Católicos desde el principio consideraron a los indios ciudadanos libres, prohibiendo que se les hiciera ningún daño; y prohibieron la esclavitud en todos sus reinos (esclavitud que, por cierto, perduraba todavía en su época en Cataluña). Y está claro que los españoles no aniquilaron a los indígenas, como sí trataron de hacer otros en América del Norte: que le pregunten a Evo Morales si cree que si él fuera descendiente de indios sioux o cheyennes habría podido llegar a ser presidente de los Estados Unidos de América... En la provincia española de Río de la Plata, por ejemplo, los españoles convivieron cerca de 300 años con los mapuches de la patagonia; pero tras la independencia el gobierno argentino organizó una violenta guerra de invasión y exterminio para hacerse con su territorio, reduciendo a los pocos indios supervivientes en reservas: los propios argentinos lo consideran un genocidio. Quizá algún bisabuelo del Papa sí que tomó parte en aquella guerra...
Nadie puede atribuirse como un mérito personal haber nacido en España o en México o en cualquier otro sitio del mundo. Uno nace y crece en un país con unas circunstancias sociales y políticas concretas, y debe esforzarse por salir adelante, y por colaborar a que su entorno mejore y progrese. Si usted hubiese nacido en Alemania, no le haría ninguna gracia que sus dirigentes de hoy estuvieran pidiendo perdón por lo que hicieron los nazis, o que le insultaran si viaja a cualquier país de los que fueron invadidos por Hitler, o que le exigieran que se avergonzara por ser alemán… Aprendemos de la Historia para no repetir sus errores, pero juzgarla con los ojos del presente y pretender que aquello condicione la realidad actual es ridículo y también inútil. Salvo para los nacionalistas y otros líderes políticos que quieren controlar y manejar al pueblo en su propio interés...
Como les escribió alguien en un foro, dedicado a los americanos quejicas: “A mí me robaron el móvil hace un mes. Puedo estar llorando el resto de mi vida, por lo mala que es la gente, o ahorrar un poco y conseguirme otro. Pero llorar es más fácil, porque no tienes que hacer otra cosa. Hale: a hacerse ricos, ahora que los malvados no están”.
PD: Una versión de este artículo fue publicado en Atlántico Diario: Ver en edición digital.
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